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 Gracias, señor Davis. Estoy seguro de que puedo. Hasta luego.
 Hiciste un buen trabajo para sacarle de allí, Darveth. De todos modos, por la noche
será mejor.
 La noche siempre es mejor.
 ¡Muchacho! No te quepa la menor duda de que me quedaré por aquí para observarlo
todo. ¿Recuerdas Chicago? ¿Y la noche negra? ¿Y Roma?
 Esto lo superará todo.
 Pero esos griegos, Hermes y Ulises, y toda la pandilla. ¿No se reunirán e intentarán
impedirlo? Y algunas de las leyendas de otros países de ese bando pueden unirse a ellos.
¿Estás dispuesto a enfrentarte con problemas, Darveth?
 ¿Problemas? Ya nadie cree lo suficiente en esos mequetrefes como para que tengan
algún poder. Sólo con mi dedo meñique puedo aplastarlos a todos. Y ya sabes quiénes
nos ayudarían si nos plantearan dificultades. Sigfrido y Sugimoto y toda esa banda.
 Y los romanos.
 ¿Los romanos? No, ellos no están interesados en esta guerra. No les gusta mucho
Mussolini. No, no habrá problemas. Uno solo de mis diablillos podría hacer bailar a toda la
pandilla al son que yo toco.
 Resérvame asiento en un palco, Darveth.
Había algo extraño en la noche. A las siete, después de dos horas de trabajo, empezó
a oscurecer. A Wally Smith le pareció que la oscuridad misma era extraña.
Con un fragmento de su mente sabía que estaba trabajando, como siempre. Sabía que
conversaba y bromeaba con los demás hombres del turno. Hombres que conocía bien
porque a menudo había trabajado horas extraordinarias y coincidido con el turno de la
noche.
Su cuerpo trabajaba sin intervención de la voluntad. Wally levantaba cosas que debían
ser levantadas, las ponía donde debían ser puestas, rellenaba tarjetas, archivaba
memorándums y partes de embarque. Era como si sus manos trabajaran por sí mismas y
su voz hablara por su propia cuenta.
Había otra porción de Wally Smith que debía de ser la parte real. Parecía mantenerse a
distancia y observar cómo trabajaba su cuerpo, cómo hablaba su voz. Un Wally Smith que
permanecía impotente al borde de un abismo de horror. Que ahora sabía. Caído el muro
de contención, lo sabía todo. Todo acerca de Darveth.
Y sabía que a las nueve en punto, al salir del edificio, pasaría junto a aquel cuarto en
esquina donde había acumulado cuidadosamente la pila de desperdicios. Desperdicios
altamente inflamables; materiales que se encenderían con una sola cerilla y llamearían en
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lo alto, prendiendo fuego a la pared de atrás antes de que nadie se enterara siquiera de
que había fuego. Y más atrás de esa pared...
Sólo dos cosas le quedaban por hacer. Dar vuelta a la manivela que cortaba el sistema
de rociadura automática. Encender una cerilla...
Una cerilla de llama amarilla y luego el infierno rojo del fuego arrollador. El holocausto.
Un fuego imposible de detener una vez iniciado. Edificio tras edificio convertido en roja
llamarada; cuerpo tras cuerpo carbonizado mientras los hombres, muertos o anonadados
por las explosiones, se cocían en fulgurante infierno.
La mente de Wally Smith era una extraña confusión. Visiones de pesadilla que le
resultaban familiares porque las había visto en sus sueños infantiles. Fantásticos seres
que no había sabido describir ni identificar cuando era niño. Pero ahora sabía, por lo
menos vagamente, quiénes y qué eran. Cosas de mitos y leyendas. Cosas que no
existían.
Pero estaban en ese mundo de pesadilla.
Incluso las oía... no sus voces, sino sus pensamientos expresados sin lenguaje. Y a
veces nombres, nombres que eran iguales en cualquier idioma. Repetidas veces el
nombre de Darveth y por alguna razón era algo de fuego, llamado Darveth, lo que le
incitaba a hacer lo que estaba haciendo y lo que haría.
Veía, oía y sentía  con aversión y horror , mientras sus manos preparaban talones
de embarque y su voz articulaba bromas con los hombres que le rodeaban.
Miró la hora. Faltaba un minuto para las nueve. Wally Smith bostezó.
 Bueno  dijo , creo que ya es hora. Hasta pronto, muchachos.
Se acercó al reloj registrador, puso su tarjeta en la ranura y picó la hora de salida.
Se puso el sombrero y el abrigo. Salió al pasillo.
Entonces quedó fuera de la vista de los otros y todavía no al alcance de la vista del
guardia de la puerta; repentinamente sus movimientos se hicieron furtivos. Se movía
como una pantera cuando giró en la puerta del almacén desierto, el lugar donde todo
estaba dispuesto.
Ya llega. Tiene la cerilla en la mano, la mano enciende la cerilla. La llama. Igual que la
primera llama que había visto danzar en el extremo de la cerilla que su padre tenía en la
mano. Mientras los dedos regordetes de Wally se habían estirado, tantos años atrás,
hacia eso que estaba en el extremo del palo. La cosa que resplandecía allí, cambiando
siempre de forma; un asombroso amarillo-rojo-azul, belleza mágica. La llama. Espera
hasta que también se haya encendido el palo, espera a verlo arder para que al inclinarlo
no se apague. Una llama es algo muy tierno, al principio.
 ¡No!  gritó otra parte de su mente . ¡No! Wally, no lo... Pero no puedes detenerte
ahora, Wally, no puedes «no hacerlo» porque Darveth, el demonio del fuego, dirige la
operación. Es más fuerte que tú, Wally; es más fuerte que cualquiera de los otros del
mundo de pesadilla al que estás asomado. Grita para pedir socorro, Wally, no te servirá
de nada.
Grita llamando a cualquiera de ellos. Llama al viejo Moloch: no te prestará atención.
También él disfrutará con esto. Casi todos ellos gozarán. Aunque no todos. Thor está en
pie a un lado y no se siente especialmente dichoso por lo que va a ocurrir, porque aunque
es un luchador no es lo bastante grande para habérselas con Darveth. Ninguno lo es allí
arriba.
El rey del fuego y todos los elementos de fuego bailan una danza salvaje. Otros
observan. Allí está un Zeus de barba blanca y alguien con una cabeza semejante a la de
un cocodrilo a su lado. Y Dagon montando a Escila... todas las criaturas que los hombres
han concebido y conciben...
Pero ninguna de ellas te ayudará, Wally. Estás solo. Y ahora te agachas, con la cerilla
en la mano. La proteges con la palma para que no se apague con la brisa que entra por la
puerta abierta.
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¿Una tontería, verdad, Wally, que te veas llevado a esto por algo que en realidad no
está, algo que sólo existe porque es pensado? Estás loco, Wally. Loco. ¿O no? ¿No es el
pensamiento algo tan real como cualquier otra cosa? ¿Qué eres tú si no pensamiento [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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