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que la "tele-adicción" tenía mucho que ver con las demandas para que los estudiantes participasen
en la educación superior. La sociedad moderna tecnológico-benthamita debía ser condenada sin
reservas como "cretinizada y cretinizante". Por cuanto podía verse, ésta era la consecuencia final de
una rigurosa diferenciación crítica. Más tarde Leavis lamentó la desaparición del caballero inglés,
la rueda había dado una vuelta completa.
El nombre de Leavis se halla estrechamente unido a la "crítica práctica" y a la "lectura
analítico-interpretativa", y algunas de sus obras publicadas están a la altura de lo más sutil y
avanzado de la crítica inglesa en lo que va de este siglo. Vale la pena volver a considerar este
término "crítica práctica". Se aplicaba a un método que veía con menosprecio la ensalada "bello-
letrística" y que, como debía ser, no temía desmenuzar los textos. Además, daba por hecho que el
lector podía ser juez de la "grandeza" y del "equilibrio" literarios si se enfocaba la atención a
poemas o escritos en prosa aislándolos de su contexto cultural e histórico. Dado lo que Scrutiny
suponía, realmente no había ningún problema: si la literatura "goza de buena salud" cuando
manifiesta sentir concretamente la experiencia inmediata, se puede hacer el diagnóstico respectivo
frente a un trozo escrito en prosa con la misma seguridad que un médico juzga el estado de salud
de un paciente tomándole el pulso y observando el tono de su piel. No hacía falta examinar la obra
literaria en su contexto histórico, ni siquiera discutir la estructura de las ideas en las cuales se basó.
Lo importante era apreciar el tono y la sensibilidad de algún pasaje en particular, "ubicarlo"
definitivamente y, a continuación, pasar al siguiente. No se aclara por qué este procedimiento
fuera algo más que un método más riguroso que los generalmente empleados para catar un vino,
visto que lo que los literatos impresionistas pudieran llamar "muy feliz" a usted le podía parecer
"de madura robustez". Si "Vida" parecía un término demasiado amplio y nebuloso, las técnicas
críticas capaces de captarlo parecían, por el contrario, demasiado estrechas. Como la crítica
práctica corría el peligro de adquirir características que resultarían demasiado pragmáticas para un
movimiento enfocado, nada menos, al destino de la civilización, lo único que necesitaban los
seguidores de Leavis era apuntalarlo con uno "metafísico", y que encontraron al alcance de la
mano en la obra de D. H. Lawrence. Como la Vida no constituía un sistema teórico sino algo
relacionado con las intuiciones particulares, siempre podía apoyarse en éstas para atacar otros
sistemas; pero como la Vida era un valor tan absoluto como pudiera imaginarse, también servía
para dar una paliza a esos partidarios del utilitarismo y del empirismo incapaces de ver más allá
de sus narices. Era posible pasar mucho tiempo cruzando de un frente al otro, según lo requiriese
la dirección hacia la cual apuntaba el fuego enemigo. La Vida era un principio metafísico tan
despiadado y tan irrebatible que no podía pedirse más; separaba a ovejas y cabritos literarios con
evangélica precisión. Ahora bien, como sólo se manifestaba en particularidades concretas, no
constituía una teoría sistemática en sí misma y resultaba, por consiguiente, invulnerable frente a
cualquier ataque.
"Lectura analítico-interpretativa" es una expresión que también vale la pena examinar.
Significaba, como "crítica práctica", interpretación analítica detallada que proporcionase un eficaz
antídoto contra la palabrería insustancial de los estéticos; además, parecía sugerir que todas las
tendencias anteriores de la crítica literaria leían a lo sumo un promedio de tres palabras por
renglón. El inducir a la lectura analítico-interpretativa no era otra cosa que insistir en que se
prestase al texto la debida atención. Esto, inevitablemente, sugiere que se conceda mayor atención
a esto que a aquello; a las "palabras que se hallan en la página" más que al contexto que las
produjeron y las rodea. Implica una limitación y un enfoque. La limitación se necesitaba con
urgencia en la palabrería literaria que despreocupadamente divagaba lo mismo sobre la textura del
estilo de Tennyson que sobre la longitud de su barba. Al repudiar esas naderías anecdóticas, la
lectura analítico-interpretativa mantuvo a raya muchas otras cosas. Por lo demás, alentó la ilusión
de que cualquier trozo escrito, "literario" o no, puede ser debidamente estudiado e incluso
comprendido aislado de todo contexto. Este fue el comienzo de la cosificación de la obra
literaria, del tratamiento que la considera como un objeto en sí mismo, que alcanzó su triunfal
consumación en la nueva escuela crítica norteamericana.
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Terry Eagleton Una introducción a la teoría literaria
La obra de un crítico de Cambridge, I. A. Richards, constituyó un lazo muy importante
entre los estudios de letras inglesas en esa Universidad y la Nueva Escuela Crítica norteamericana.
Si Leavis quiso redimir la crítica conviniéndola en una especie de religión (con lo cual llevaría
adelante la obra de Matthew Arnold), Richards buscó con las obras que escribió en los años veinte
proporcionar a la crítica un cimiento sólido en los principios de una obstinada psicología
"científica". Su prosa anémica -no obstante su aparente vivacidad contrasta sugerentemente con
la tortuosa intensidad de Leavis. La sociedad está en crisis, arguye Richards, porque los cambios
históricos y en particular los descubrimientos científicos han dejado atrás y devaluado las
mitologías tradicionales que constituían la vida de hombres y mujeres. El delicado equilibrio de la
psique humana se vio peligrosamente trastornado, y como la religión ya no podía restablecerlo, la
poesía debía tomar a su cargo esta labor. La poesía, observa Richards con extraordinaria
desenvoltura, "es capaz de salvarnos; es un medio perfectamente posible de superar el caos".23
Igual que Arnold, presenta la literatura como ideología consciente necesaria para reconstruir el
orden social, labor que ya estuvo realizando en los años de decadencia económica e inestabilidad
política posteriores a la Gran Guerra.
La ciencia moderna, sostiene Richards, es el modelo del verdadero conocimiento, pero
emocionalmente deja algo que desear. No proporciona respuesta satisfactoria ni a los ¿qué es? ni
a los ¿por qué? que formulan las masas, y se contenta con responder a los ¿cómo? . El propio
Richards no cree que esos "¿qué?" y "¿por qué?" sean genuinos interrogantes, pero concede
generosamente que la mayor parte de la gente opina que sí; y añade que si no se dan
seudorrespuestas a esos seudointerrogantes la sociedad correría el peligro de venirse abajo. El
papel de la poesía consiste en proporcionar seudorrespuestas. La poesía es un lenguaje más bien
"emotivo" que "referencial", es una especie de "seudodeclaración" que da la impresión de describir
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