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por consiguiente, ausencia de grandes lluvias, es decir, año fatal.
Apareció Tokorcunki. Había salido al amanecer de su casa y venía del cerro, donde fue a ver si
los gansos silvestres habían anidado en las alturas, que es otra señal de tiempo, y estaba
desolado.
 ¿Qué hay, Tokorcunki?  interrogó el viejo Choquehuanka . ¿Encontraste nidos en los
cerros?
 No; todos están en el plano.
 Como el año pasado, entonces.
 Como el año pasado.
Guardaron silencio. Unos miraban el lago, mustios, y otros mascaban coca lentamente.
 Parece que los campos están kenchas  dijo uno, miedoso.
 Se habrá enojado Dios  repuso otro.
 Aún nos falta una prueba, la decisiva, y vamos a ensayarla  dijo Choquehuanka,
encaminándose a la orilla del lago.
Una vez allí, se volvió hacia el hilacata y le ordenó:
 Anda a ver tú, pues yo ya soy viejo para meterme en el agua, y ojalá nos traigas más
consoladoras noticias. Las aves no se engañan nunca y tienen mejor instinto que nosotros, los
hombres.
 Anda tú, anciano. Conoces mejor que nadie el secreto de las cosas y entiendes su lenguaje,
para nosotros impenetrable  repuso el hilacata con fervorosa deferencia.
Los otros aprobaron en silencio con un signo de cabeza, pues tenían ciega fe en la sabiduría y
experiencia del anciano y nadie osaba nada sin su aprobación.
Choquehuanka era el jefe espiritual incontestable de la comarca, y su fama de justo, sabido y
prudente la traía por herencia, pues era descendiente directo del cacique que cien años atrás
había saludado en Huaraz al Libertador con el discurso que ha quedado como modelo de
gallardía y elevación en alabanza de un hombre, y esa su fama había cundido en las haciendas
costeras trasmontando las islas y aun llegando a los pueblos de Aygachi, Pucarani, Laja,
Peñas, Huarina y Achacachi, de donde venían a consultarle sobre diversos asuntos, no
solamente los indios, sino los mismos cholos, y muchos decían que hasta ciertos patrones no
desdeñaban nunca poner en práctica sus consejos.
Era un indio setentón, de regular estatura, delgado, huesoso y algo cargado de espaldas, lo
que le hacía aparecer canijo y menudo. Su enmelenada cabellera mostrábase deslucida con
los años y las canas le brillaban sólo entre los mechones que le cubrían las orejas. Su rostro
cobrizo y lleno de arrugas acusaba una gravedad venerable, rasgo nada común en la raza. Era
un rostro que imponía respeto, porque delataba corazón puro y serena conciencia.
De todo hacía Choquehuanka en la región: era consejero, astrónomo, mecánico y curandero.
Parecía poseer los secretos del cielo y de la tierra. Era bíblico y sentencioso.
No tenía envidiosos, émulos ni enemigos, salvo los curas de los pueblos donde corría la fama
de sus bondades y de sus hazañas. Creían los buenos personeros del buen Dios que si no era
sumisa, según sus deseos, la indiada de todos esos contornos, era porque oía de preferencia
los consejos del anciano, no siempre favorables a sus intereses perecederos y terrenales, pero
nunca desdeñados. Le acusaban de hechicero y de mantener secretos pactos con los
demonios y otros seres malignos y perversos, sin sospechar, los inocentes, que tales
imputaciones, en vez de concitarle la animosidad de los indios, ponía sólidos remaches a su
veneración, porque le presentaban poseyendo cualidades negadas a los demás hombres,
llámense sacerdotes o lo que se quiera.
Como curandero, hacía maravillas el a viejo Choquehuanka.
De mozo, y cuando pastor, había aprendido a conocer en las bestias los males de los hombres,
percatándose que era corta la diferencia entre unas y otros. Diestro taliri sabía, al primer golpe
de vista, descubrir el miembro roto o dislocado. La anatomía humana no guardaba secretos
para él. En el color de los ojos, en el pliegue de los labios, conocía los males y sabía si
provenían de la carne o de allá adentro.
Como astrólogo, ya se sabía: nadie podía aventajarle en su penetración de los secretos del
cielo. Hasta la forma y color de las nubes tenían para él su significación inviolada. El sabía
cuándo traían agua y cuándo nieve; cuándo rayo y cuando trueno.
 ¡Esto no va bien!  decía mirando el cielo. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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